Si Pasqual Maragall hubiera agavillado sus recuerdos podría bautizarlos “La gran ilusión”. Título que ilustra la frase iniciática de Juan Antonio Samaranch aquel 17 de octubre de 1986: “A la ville de Barcelona, España”. Cuando el pebetero iluminó la noche del 25 de julio de 1992, mi padre, que dio la orden de encender la llama olímpica, comentó: “Los Juegos será uno de los pocos acontecimientos que todos, piensen como piensen, recordarán con cariño”. Maragall encarnaba, por encima de su …